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Presentación del libro "Pinceladas" de Pepa Cortés

Por Alfonso Monteagudo

Estoy seguro, que si en cualquier auditorio presentamos a una artista, que ha tenido el privilegio de nacer en Fuente Vaqueros, para después trasladarse a Valderrubio, en los aledaños de Pino Puente, como si el destino la hubiese elegido para seguir la jubilosa estela artística del aura lorquiano, tendremos la certidumbre de que esa artista ya habrá sido marcada por un venturoso augurio que, sólo pueden vaticinar los visionarios duende que habitan Granada.

Nos referimos a Pepa Cortés, esta apasionada pintora que nos abre los ricos cofres de su ingenio, para ofrecernos todos los tesoros de su autodidáctico arte.

Pepa, ante sus lienzos, deja que la imaginación de los trazos galopen hasta la alta crestería del firmamento, para erigir un mundo en su festín de imágenes que rescata espacios felices, mientras flamean las crines llameantes de sus pinceles.

En el desvelo de su fantasía, hermanada con la realidad, como si se tratara de un ritual, contacta con la voluptuosa naturaleza. De esta forma, surgen óleos que van anunciando macetas, frutos, turgentes rosas, aurios membrillos, grávidas manzanas, sosprendidos nenúfares besados por nupciales aguas y amapolas de corolas con oleaje de fuego, que parecen nacidas en los jardines del Sol.

Y es en este volcánico malabarismo del color, donde Pepa Cortés parece prestigiar todo un clamor telúrico, relampagueante y sosegado de imágenes sugerentes, mientras construye atmósferas propicias entre ráfagas de signos.

Las ocultas caricias de sus telas nos llevan por caminos, abren senderos, que contienen un fresco dulzor de sensaciones, entre parajes naturales, donde las frondas parecen respirar el desnudo aroma de las flores.

Sus marinas de líquidos topacios, entre velámenes de espuma, navegan sobre el diamantino de la brisa salina mediterránea, de ese Mare Nostrum con su espejante calma, como si se tratara de un ardido mar recién amado.

Sus cuadros son límpidas proporciones que festejan en sueños vibrantes.

También podemos contemplar otoños de inquietos espejismos, añorando el esbelto verdor perdido, presintiendo ya los aullidos del invierno.

Y entre fantásticas arquitecturas resonantes, la inaudible música de Valldemossa, el manso estupor de las calas y el himno multicolor de los prodigiosos rincones de Mallorca.

Ya en Granada, el Albaicín con su río en celo y vigilante. Y como no, La Alhambra, crisol de historia que hace despertar sus arpegios magnéticos, para que intentemos descubrir la unidad de su plenitud, en su eterno oráculo que libera el inacabable mensaje del hechizo.

Los pintores siempre nos invitan a ser cómplices de su obra y están propicios a ofrecernos el sagrado vino de su inspiración.

Si hacemos un poco de historia, comprobaremos que desde los siglos de los siglos, el instinto humano siempre ha tenido tendencia a reproducir las formas de la naturaleza. Por ello, en su evolución, la pintura fue partiendo de los susurros pictóricos que nos dejaron los primeros vestigios de la pinturas rupestres. Paso a paso, se consiguió la sensación de volumen, con efectos de la perspectiva.

Posteriormente, gracias a los adelantos de la técnica y a los cambios socio-culturales, se fueron sucediendo las diferentes escuelas pictóricas.

Un momento clave para la pintura fue la llegada del impresionismo. Los pintores dejaron los talleres y fueron a la busca de la luz natural.

Todos los pintores sabían que en sus paletas anidaban sortilegios enigmáticos y luchaban para descubrirlos y plasmarlos en la nivea faz de lienzo, como un enigmático vino robado a los dioses.

Así, desde el umbral de las espátulas, expandían la pulpa de su ingenio, mientras construían bastidores que gritaban oníricas fantasías o candentes realidades, entre aceites y linaza.

Más, hoy aquí, con Pepa Cortés iluminada por el ancestral arte pictórico, nos deja este magnífico libreo de estéticos temas para ofrecernos un mundo de amable lirismo, ilusionante y dichoso.

Por su iconografía plástica, el destello soberano del impresionismo.

Con trazos firmes consigue esa sinfonía telúrica, esa danza inmóvil que interpretan y cantan sus pinceles.

Óleos que parecen acunar las miradas, en su sugeridora armonía visual.

Pienso, que todo lo que ha conseguido hasta la fecha, posse la impronta y es un fiel reflejo de la delicada ternura y la paz que irradia su corazón.

Como la mayoría de los verdaderos pintores vocacionales, adivino a Pepa dialogando con su obra, con toda la ilusión de una impaciente amante, hasta recibir la recompensa del éxito y del aplauso.

Pepa, te deseo ese éxito y que nos sigas enriqueciendo con tu cromático vocabulario de luces, con tu pulso creativo, con tu pálpito vivificador.

Que desde el arrebato vehemente de tu imaginación, con libertad irrenunciable, y con ese don distinguido que poseéis los creadores, espero que sigan surgiendo las esperanzadoras constelaciones, génesis de vuestra cosmovisión, como testimonio espiritual que nos pueda liberar de la insufrible y amenazante mediocridad que nos invade.

Pepa, que en tus pupilas sigan aflorando los zafiros de tu alma pintora, y que tus pinceles declinen los verbos de color. Que la musa mnemosine, musa de todas las musas, te guíe hacia la fértil lumbre de su luz y a su venturosa esperanza.

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